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EL SEÑOR N, EL NEANDERTAL MÁS FAMOSO DE LA PREHISTORIA

  • Foto del escritor: Calidris Alba
    Calidris Alba
  • 20 jun
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 5 jul

INSPIRACIÓN NEANDERTAL / Museo

Supe del señor N cuando ya estaba pensando en la trama de la novela El niño tejón. Lo descubrí de casualidad, en una imagen impresa, y me gustó de inmediato. Aquel hombre más bien bajito, ya mayor, entrado en carnes, con el pelo y la piel cobriza, con aires de estar cansado y con una sonrisa burlona, me inspiró al viejo Uyu de la novela.

Hace mucho tiempo que tenía ganas de encontrarme con el señor N cara a cara, aunque para ello tuviera que ir hasta el lugar donde fue enterrado, en el valle del Neander, Alemania.



El señor N nació en 2010, de la mano del artista forense y escultor, el Dr. Hermann Michel, el cual hizo una reconstrucción en silicona de cómo podía haber sido un hombre neandertal, utilizando para la reconstrucción los restos óseos encontrados dentro de una cueva en el valle del Neander en Alemania, a pocos kilómetros de Düsseldorf, por los trabajadores de una cantera, ahora hace dos siglos. Allí se encontró una costilla, un fragmento del cráneo y una decena más de huesos del esqueleto postcraneal, entre ellos los dos fémures. En el momento del hallazgo, los restos generaron un intenso debate sobre su origen, y no fue hasta ocho años más tarde, en 1864, que el británico William King definió para esos restos una nueva especie humana, Homo neanderthalensis.

Mirando detenidamente el señor N, queda claro que el artista que lo creó buscó reflejar con precisión las características físicas de los neandertales basándose en la evidencia científica disponible en aquel momento, pero a la vez lo dotó de personalidad, dándole una expresión tranquila, accesible e incluso amable. La expresión facial del señor N responde mucho a la creatividad e imaginación del artista, con una clara voluntad de establecer conexión emocional con aquellos que lo observaran, alguien con quien podamos identificarnos, aunque estemos a más de cuarenta y cinco mil años de distancia.

Yo lo quería ver, quería observar al señor N de bien cerca, estar cara a cara con él.

EL NEANDERTHAL MUSEUM DE METTMANN

El señor N está expuesto en el Neanderthal Museum de Mettmann, uno de los museos más modernos de Europa dedicado íntegramente a la cultura de los neandertales y a la evolución humana. Y no hace falta decir que esta reconstrucción es una de sus piezas más destacadas.

En Alemania puede hacer calor en agosto, y la bonita región de Renania del Norte-Westfalia no es una excepción. Aun así, dentro del museo la temperatura es agradable. En las modernas instalaciones del museo se puede hacer un recorrido a través de los últimos 4 millones de años de la evolución humana, admirando restos óseos originales y reproducciones, herramientas de piedra tallada, incluso una cría de mamut, entre otros muchos objetos francamente interesantes. Pero lo que realmente destaca en este museo son las numerosas y magníficas reconstrucciones termoplásticas, de cuerpo entero y tamaño natural, de las diferentes especies de homínido. Muchas de estas reconstrucciones reposan de pie, sobre un impresionante entramado de madera; todas te miran, sonríen y ninguna te deja indiferente.

Los autores de la mayoría de estas reconstrucciones son dos paleoartistas de los Países Bajos, los hermanos gemelos Adrie y Alfons Kennis, que poseen obras repartidas por los museos de toda Europa, desde Lucy a Ötzi. Siempre, y en esto, ellos son muy estrictos, reconstruyen a partir de los restos fósiles encontrados por los arqueólogos en los yacimientos. Siempre, y ellos lo reconocen, los dotan de humanidad, aunque tengan que especular sobre músculos, nervios y expresiones faciales.

Recorro la planta baja del museo con la mirada y busco al señor N, sin éxito. Al poco de empezar la visita descubro una vitrina con los restos de un esqueleto humano. Se me acelera el pulso solo de pensar que son sus huesos, los mismos que fueron encontrados en 1856. La emoción se me pasa pronto cuando leo en una diminuta etiqueta del interior de la vitrina que los huesos que observo son reproducciones y que los originales están en el LVR-Landas Museum de la ciudad de Bonn.

Continúo buscando al hombre a quien he venido a conocer y, al acceder al segundo piso, lo diviso de inmediato. Está ubicado en un lugar muy visible de la sala, sobre un pedestal redondo de plástico de color amarillo, con una inmensa letra N iluminada por luces de neón que cuelga sobre su cabeza, como si fuera una estrella del rock. ¡Es imposible resistirse a hacerse unas selfis a su lado, imposible!

No es la única reconstrucción de neandertales del museo por la que tengo interés. En el primer piso destaca una copia casi idéntica de NANA, una mujer neandertal expuesta en el Gibraltar National Museum. La mujer está sola, sin el niño pequeño que la acompaña en Gibraltar, tiene los cabellos más largos y lleva los restos de una ave en una de las manos. En varios lugares del Museo hay representaciones de campamentos neandertales, con figuras bien hechas y muy abrigadas con pieles.

Aun así, y una vez admirado el señor N, dedico mi atención a otro neandertal bastante famoso; el señor Clooney. Desde 2012 el Museo dispone de una réplica en silicona y tamaño natural de un hombre neandertal de cabellos grises, vestido con unos elegantes pantalones y americana de color azul oscuro, corbata y camisa a juego, con unas impolutas bambas blancas y con barba de tres días, como si fuera un ejecutivo o un artista de cine contemporáneo. Me detengo a observarlo, de lejos y de cerca, me coloco a su lado e imito su postura; yo con el móvil en la mano, él con una herramienta de piedra. ¡Y más selfis! Con esta reproducción el museo busca hacer entender a los visitantes que, de hecho, los neandertales no eran tan diferentes físicamente de nosotros.

Los señores N y Clooney no son los únicos neandertales famosos. También está QUINA, la niña de unos ocho años reconstruida a partir del cráneo infantil encontrado al yacimiento de La Quina, en Francia, en 1908 (el cráneo original está al Museo Nacional de Historia Natural de Smithsonian). Y cuando finalmente encuentro a la niña, sonrío, como ella, que lo hace tímidamente. El Museo la ha colocado sentada en medio de una gran sala, con suficiente espacio para que el visitante se detenga a su lado. Va completamente vestida y pienso que, quizás, la ropa es demasiado elaborada para un neandertal. Me siento a su lado y la abrazo con mucho cuidado, con la esperanza de que nadie se dé cuenta de mi gesto.

Me esperaba también encontrar a WILMA, la mujer pelirroja que una portada de la revista National Geographic de noviembre del 2008 hizo famosa. Pero por más que la busco, no la encuentro. Nadie me sabe decir dónde está.

LA TORRE HÖHLENBLICK

Una vez fuera del Museo, me pregunto: ¿Qué hay en el sitio exacto donde se descubrieron los huesos del señor N? Un corto y muy señalizado paseo por el bosque próximo al Museo me lleva justo al lugar donde se encontró el esqueleto que daría nombre en la especie años más tarde. Para mi sorpresa, en la actualidad no queda nada de la cueva donde se encontraron los restos, ni siquiera de la montaña donde esta se abría. Y para más sorpresa, en el centro de un llano se levanta una enorme torre circular de madera y hierro, la torre Höhlenblick que, a través de una larga y continua rampa de madera, me permite ir subiendo hasta el equivalente de unos 8 pisos de altura. Mientras subo, voy recibiendo información gracias a plafones interpretativos y me entero de que, durante años, la actividad extractiva de una cantera destruyó el yacimiento. Cuando llego al final de la rampa, entiendo que estoy en el punto exacto donde en 1856 se hizo el hallazgo. Y allí están los huesos del señor N, que tampoco son los originales. Unas reproducciones un poco descoloridas están colocadas en la misma posición anatómica en que fueron encontrados.

Es extraño, pero a la vez emocionante. Un código QR me permite ver a través del móvil una representación de cómo debía de haber sido el momento de su despedida: dentro de la penumbra de la cueva, una mujer joven con semblante serio, arrodillada junto al cuerpo del hombre que yace boca arriba, deposita tierra cobriza en el pecho del hombre, como despedida sincera.

LA RESERVA DE CAZA DE LA EDAD DE PIEDRA

Y aún quiero más, así es que otra caminata, esta vez más larga, por caminos que transcurren entre los campos y los robledales de la reserva natural me permite admirar pequeñas manadas de bisontes, de bóvidos muy parecidos a los uros prehistóricos, de caballos de Przewalski y otros grandes herbívoros que ya poblaban el valle del Düssel en la época de los neandertales. Me entretengo con los bisontes que, medio adormilados, se levantan y se acercan hasta la valla de alambre esperando que les lance algunas manzanas que el árbol ha dejado caer a mi lado de la valla. Demasiado mansos, pienso yo.

Me hizo feliz encontrarme con el señor N y el Museo no me defraudó, en absoluto, muy al contrario.

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